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Cómo las ocurrencias entierran la memoria de los lugares: no al cambio de nombre de Metropolitano

Acceso a la estación de Metropolitano | SOMOS CHAMBERÍ

Luis de la Cruz

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Hace pocas fechas conocimos que Metro de Madrid va a cambiar el nombre de la estación de Atocha para evitar confusiones entre los viajeros con Atocha Renfe. Casi invisible para los grandes medios (no aquí), aparecía también la información de que la estación Metropolitano correría la misma suerte para evitar que los turistas que van al campo del Atleti aparezcan al otro lado de Madrid.

Entre las 275 estaciones de nuestra red de metro abundan topónimos, nombres de las calles donde se situaron las estaciones metropolitanas, o lugares de referencia para el viajero (como hospitales o estaciones). Por herencia del callejero, hay un número significativo también de personajes más o menos ilustres (literatos, nobles, políticos…la mayoría hombres), que imprimen un rastro muy superficial en la memoria común de los lugares. Salvo quienes fueron vecinos, son personas cuyos méritos podemos considerar suficientes para contaminar con su nombre los letreros de calles y estaciones de metro –o no– pero que a menudo se prenden a los lugares, a lo sumo, con el tiempo y por la costumbre.

En cambio, menos mal, hay topónimos y referencias espaciales que nos permiten pasar por los lugares sin pasar de largo por su recorrido histórico. Cambiar el nombre de Metropolitano me parece un gesto innecesario que sólo producirá aridez en la memoria colectiva.

No es el mío un argumento conservacionista a toda costa. El cambio de denominación de la estación de Atocha (que se renombrará como Estación del Arte) parece de cajón. Una cursilada, sí, pero con utilidad pública. En este caso, la memoria del lugar seguirá bien representada en el plano de metro por el nombre de la propia estación y, lo veo todos los días, son muchos los viajeros de fuera de Madrid que se bajan una estación antes en la línea 1 por la coincidencia de nombres.

Por cierto, el imperial nombre de Glorieta de Carlos V es un buen ejemplo de topónimo ajeno a la costumbre de los madrileños. En este caso la memoria del lugar, del Prato de Toia nombrado en el Fuero de Madrid a ahora, le ha ganado la partida a la historia parida desde arriba.

URBANCIDADES

Sin embargo, cambiar la estación de Metropolitano tiene menos sentido. No parece probable que el número de viajeros que confunden Estadio Metropolitano con Metropolitano sea equiparable al de los que se equivocan entre una y otra Atocha. Puestos a deshacer entuertos geográficos, podrían fijar la vista los rectores de Metro en los cuatro kilómetros que distan desde la parada Gregorio Marañón hasta las urgencias del hospital con el mismo nombre.

Metropolitano remite a la urbanización de la zona de Reina Victoria, límite de la ciudad –ronda o foso, según terminología del Ensanche decimonónico–. Nos habla de la construcción del metro de Madrid, pero también de la urbanización del límite entre el Ensanche y el Extrarradio, llevado a cabo por la Compañía Urbanizadora Metropolitana –con la que los mismos que trajeron el metro se forraron el riñón–; nos recuerda la colonia del mismo nombre y nos remite al Estadio Metropolitano, donde jugara muchos años el Atlético de Madrid (razón por la que el nuevo estadio ha retomado el nombre).

Pero también nos habla, si sabemos reapropiarnos de la memoria en clave popular, de los vecinos de los barrios humildes de Vallehermoso o Cuatro Caminos, en cuya composición social destacaban en el primer tercio del siglo XX los jornaleros y trabajadores de la construcción que poblaban los grandes tajos cercanos: los de los Nuevos Ministerios, la Ciudad Universitaria o el Clínico. Que abundaban en las obras de la Gran Vía, el Ensanche chamberilano o un metro que, con mucha intención, diseñó sus dos primeras líneas desde algunos de los barrios donde vivían más trabajadores al centro: Cuatro Caminos (1919) y Ventas (1924). Si sabemos reivindicarlo, nos hablará de cómo en el campo del Atleti se celebraban veladas de baile y boxeo las noches de verano… o se organizaron, durante la II República, mítines de los paletas de la CNT, que tenía su principal vivero entre los trabajadores de la construcción de aquellos barrios.

Gracias al trabajo llevado a cabo durante los últimos años por la Plataforma Salvemos Cuatro Caminos tenemos claro que conservar el patrimonio industrial –en este caso las cocheras históricas de Metro de Madrid– va mucho más allá de respetar elementos de catálogo y, desde luego, trasciende la estela de sus empresarios capitalistas. Respetar el patrimonio industrial es erigir ciudad común con la memoria de los trabajadores.

Por la misma razón, la memoria del Metropolitano lleva asociada la de sus trabajadores y constructores, además de ser una presencia ineludible para los barrios del norte durante casi un siglo. Habiendo conocido hace pocas fechas que el Ayuntamiento de Madrid pretende dar vía libre al proyecto urbanístico que acabará con el conjunto industrial, la ocurrencia del cambio de nombre se torna tragicómica. La propuesta llega justo cuando Ayuntamiento y Comunidad de Madrid plantean trasladar la cubierta de las cocheras a un lugar indeterminado, reconociendo de facto su valor patrimonial, pero también afirmando, sin pretenderlo, el desprecio absoluto por una historia popular que no puede trasladarse de lugar como si del nombre de un notable –pongamos Carlos V– se tratara.

Se llevan la estructura, trasladan el nombre y se pudren las raíces, invisibles, bajo el asfalto olvidadizo.

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