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Cuando la guerra entró en las iglesias: la destrucción no contada del patrimonio religioso en Balears

Grupo de niños junto a los restos de objetos saqueados de la iglesia de Sant Francesc en Maó.

Laura Jurado

Mallorca —

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“De pronto oímos gritos. Era Rafael que trataba de evitar que manos anarquizantes sacasen de la iglesia santos y ornamentos o que entraran en el museo tan dormido y quieto. Habían encendido una hoguera”, recordaba la escritora María Teresa León en Memoria de la melancolía. Justo aquel verano de 1936 había decidido viajar a Eivissa junto a su pareja, Rafael Alberti, para escribir y descansar. Del estallido de la guerra se enteraron por la radio en el bar La Estrella, pero pronto se convirtieron en testigos de las víctimas y los estragos que fue dejando por toda la isla. Entre ellos, el saqueo y la destrucción de las iglesias: uno de los capítulos más desconocidos de la Guerra Civil en Balears, que alcanzó a más de medio centenar de templos y que supuso la desaparición de una parte importante del patrimonio religioso.

Siete de agosto de 1936. Aquel viernes desembarcaron en Eivissa las fuerzas republicanas procedentes de la Península dispuestas a reconquistar la isla después de que triunfara el golpe de estado del 18 de julio. Apenas dos días después, según recogía en un informe el alcalde de Eivissa, Antonio Torres, comenzaron los asaltos a iglesias, conventos y seminarios. “Procedieron a destruir de manera sistemática toda clase de obras de arte que tuvieran carácter religioso”, aseguró. Una devastación que duró cerca de dos meses hasta que los sublevados se hicieron con el poder.

La Catedral -que ya había sido alcanzada por un bombardeo el mismo 7 de agosto- fue “uno de los templos donde más salvajadas se cometieron”, según describió una crónica de Correo de Mallorca. No se salvó, decía, ni una sola imagen, ni los retablos ni los ornamentos. “Todo fue destrozado y profanado, entre befas y bullanga, e incendiados después los restos”. De una tacada se destruyeron, detalló Torres, la imagen de Santa María de las Nieves y su templete -obra del escultor catalán Adrià Ferran-, las puertas del coro, el órgano -fabricado a finales del siglo XVIII-, así como parte de los retablos e imágenes de las capillas. Las pocas que consiguieron salvarse sufrieron “bárbaras mutilaciones”, como dañada quedó también la sillería del coro y una imagen de Nuestra Señora del Rosario del siglo XVI. 

Había sido justo allí, en la Catedral, donde el poeta Rafael Alberti había intentado convencer a los asaltantes de que “dejaran vivos los ángeles, los santos”, como escribió María Teresa León. Tampoco luego se detuvieron. Cuando las tropas republicanas bajaron hacia el puerto, la destrucción lo hizo con ellas. Fue así como la iglesia del Salvador -conocida también como San Telmo y, según el alcalde, “la más frecuentada” de la ciudad- fue reducida a ruinas.

“Ya en la posguerra, el régimen recaudó y destinó muchas ayudas a la reconstrucción de edificios religiosos en toda España y comenzó a levantarse de nuevo siguiendo el diseño original”, explica el periodista ibicenco José Miguel L. Romero, coautor de La causa general de les Pitiüses. Mejor suerte corrió la cercana iglesia de Santo Domingo, que apenas sufrió daños gracias a su reconversión en almacén para guardar, precisamente, los objetos procedentes de los saqueos. Sin embargo, de su interior desaparecieron la “veneradísima” imagen del Santo Cristo del Cementerio o de la Buena Muerte -que fue quemada y arrojada al mar por un acantilado-, los lienzos de la capilla del Rosario y el órgano. 

La catedral de Eivissa fue 'uno de los templos donde más salvajadas se cometieron', según la prensa. Rafael Alberti había intentado convencer a los asaltantes de que 'dejaran vivos los ángeles, los santos', como escribió María Teresa León

En busca de los culpables

Cuando en 1940 se comenzó a instruir la Causa General “contra los hechos delictivos cometidos durante el dominio rojo”, el Fiscal Jefe de la Audiencia Territorial de Barcelona ordenó investigar también la destrucción del patrimonio eclesiástico en Balears. A la pieza número diez centrada en la persecución religiosa se añadió una undécima dedicada al “tesoro artístico”.  

Las pesquisas llevaron a recabar todo tipo de informes, testimonios y fotografías. El vicario general de Eivissa, por ejemplo, remitió una carta en la que aseguraba que en la isla habían sido “saqueadas y profanadas” 21 iglesias, entre ellas las de Nuestra Señora de Jesús, Santa Eulalia -“incendiada y destruida casi en su totalidad”, según Torres-, Sant Josep, Sant Vicent, Sant Miquel y Sant Carles. Como también, añade Romero, lo fueron el seminario y el Palacio Episcopal. En algunas, incluso, las campanas fueron desmontadas y fundidas. En otras, como las de Ferreries y Alaior, también se destruyeron los archivos parroquiales. 

“Decenas de ibicencos fueron procesados por los saqueos y destrucciones”, afirma el periodista en su estudio. En muchos casos, se acabó determinando que habían actuado “obligados”. Los destrozos de los altares e imágenes de la parroquia de Sant Josep -valorados en 200.000 pesetas-, por ejemplo, se realizaron “bajo la dirección de un comité rojo”, según se recoge en la documentación original. 

La dictadura buscaba culpables, pero cuando el alcalde de Formentera, Antonio Serra, compareció ante el juez, no pudo dar ningún nombre. Los republicanos le habían detenido antes de que comenzaran los destrozos. Sólo luego supo que las tres iglesias de la isla -Sant Francesc Xavier, Sant Ferran y Nostra Senyora del Pilar- habían sido “saqueadas y desmanteladas”. “Fue destruido en ellas todo objeto artístico y de utilidad”, declaró. La propia parroquia de Sant Francesc Xavier denunció después la desaparición de tallas, retablos, casullas, candelabros, lienzos, confesionarios e incluso la de la imagen del propio santo. 

El Conde Rossi y la Virgen decapitada

La situación no fue distinta cuando las tropas del general Bayo desembarcaron en Mallorca. Su odio hacia la religión era tal que, durante lo que duró su campaña, el núcleo de Porto Cristo (Manacor) fue rebautizado como Puerto Rojo. Según ha documentado Catalina Oliver Costa, su iglesia, la parroquia del Carme, tampoco salió bien parada: no sólo sufrió daños su retablo barroco, sino también los ventanales y una de sus fachadas.

Sin embargo, fue la iglesia de Son Carrió (Sant Llorenç) la que se llevó la peor parte. “Los vándalos se ensañaron con ella y la dejaron completamente destruida”, relataban las crónicas del diario Última Hora. Según detalló el semanario Sóller, la fachada quedó marcada por numerosos impactos de los proyectiles, lo mismo que en la bóveda, donde se contaban más de veinte agujeros. En el interior, el suelo había quedado destrozado por la metralla y las paredes, “ennegrecidas por el incendio de muebles y objetos de culto que habían ardido hasta su total consunción”. 

“Pese a que pueda sorprender, hubo personas que se arriesgaron y lograron salvar parte de aquel patrimonio religioso”, asegura el historiador menorquín Miquel Àngel Casasnovas. De hecho, según Última Hora, una de ellas había sido precisamente el párroco de Son Carrió, Martín Rosselló. En los primeros momentos del desembarco se vistió de seglar y sacó de la iglesia los objetos de mayor valor. Los milicianos le buscaron y preguntaron por él, pero no consiguieron dar con su paradero. 

Aun y así, Martín Rosselló había tenido que dejar atrás los objetos más grandes, que fueron atacados a conciencia: a una efigie del Sagrado Corazón le arrancaron los ojos y le acribillaron la cara “a balazos” mientras que las tallas de la virgen y de otros tantos santos y ángeles fueron decapitadas y arrojadas al suelo. “Aquella destrucción dio lugar a una de las fotos más conocidas de la Batalla de Mallorca”, reconoce el historiador Manuel Aguilera. La que inmortalizó al Conde Rossi rodeado de soldados posando entre las esculturas decapitadas, los ornamentos destruidos y los lienzos rasgados.

En Son Carrió, Mallorca, a una efigie del Sagrado Corazón le arrancaron los ojos y le acribillaron la cara “a balazos” mientras que las tallas de la virgen y de otros tantos santos y ángeles fueron decapitadas y arrojadas al suelo

“Un año después, en octubre de 1937, fue el convento palmesano de Sant Jeroni el que sufrió las consecuencias de la guerra”, relata Aguilera. En aquella ocasión, sin embargo, se trató de una destrucción indirecta. “El gobierno republicano había reactivado los bombardeos sobre Mallorca con los aeródromos y los cuarteles como principal objetivo. Y precisamente había un cuartel, el de Avenidas (Palma), muy cerca del convento”, explica. En aquel episodio fallecieron dos monjas y, según detalla el historiador Jaume Llabrés, se hundió la sala capitular. “Se consiguió conservar, pero las bóvedas se perdieron para siempre”, añade. Ya antes, justo en el verano de 1936, los cristales del rosetón central de la Catedral estallaron a causa de otro bombardeo y fueron “inmediatamente” sustituidos por una reproducción. 

Una isla sin iglesias

Sin embargo, las informaciones recogidas por la Causa General muestran que el grueso de los daños al patrimonio religioso se concentró en Menorca. La isla, explica el historiador Miquel Àngel Casasnovas, continuó en zona republicana hasta febrero de 1939 por lo que la destrucción, además, se alargó en el tiempo. “En julio de 1936 el culto católico quedó completamente acabado. Los templos que no acogieron otros usos simplemente permanecieron cerrados y se mantuvo una Iglesia en la clandestinidad. Mis abuelos, por ejemplo, se casaron en 1938 de forma casi secreta en la casa de un cura”, relata. 

En julio de 1936 el culto católico quedó acabado. Los templos que no acogieron otros usos permanecieron cerrados y se mantuvo una Iglesia en la clandestinidad. Mis abuelos, por ejemplo, se casaron en 1938 de forma casi secreta en la casa de un cura

Miquel Àngel Casasnovas Historiador

Basta echar un vistazo a la web de información turística de Menorca para hacerse una idea del alcance de la devastación. “Las imágenes actuales son de después de la guerra civil”, es la frase más repetida en la descripción de las iglesias. “Y eso se nota, porque la mayoría se construyeron durante la postguerra cuando los materiales eran muy precarios debido a la situación económica”, añade Casasnovas. Los informes y testimonios recopilados por el régimen recogen daños en una treintena de templos. El caso más extremo fue el del monasterio de Santa Clara de Ciutadella, que quedó, según la documentación, “totalmente destruido”. “Existía un proyecto para la construcción de viviendas y se decidió directamente demolerlo”, asegura el historiador menorquín. 

Las imágenes muestran cómo fue reducido a poco más que un solar, pero no fue el único ejemplo de grave deterioro. “La iglesia del Roser también quedó muy afectada durante la guerra. Luego fue la sede de la sección femenina de la Falange y acabó por ser también abandonada hasta que en los años 70 u 80 comenzó su recuperación. En la actualidad es una sala de exposiciones”, detalla Casasnovas. Los daños provocados en la iglesia del Socors –que durante la contienda fue almacén de alimentos- llevaron a abandonarla durante muchos años, lo cual contribuyó a su deterioro hasta que hace algunas décadas se inició su restauración. 

Precisamente esa transformación para dar respuesta a las nuevas necesidades de la contienda hizo que muchos edificios se salvaran de la quema y la desaparición. Mientras en Ciutadella la Catedral de Santa María se convertía en despensa de abastecimiento, en Maó la ermita de Nostra Senyora de Gràcia acogió tanto una sala de autopsias como el depósito de cadáveres, aprovechando su cercanía al cementerio, la iglesia de Nostra Senyora del Carme fue almacén de materiales para los ingenieros militares y la parroquia de Sant Francesc sirvió de garaje para vehículos. Éstas dos últimas, además, se vieron afectadas por los bombardeos ya en 1939. 

Sin embargo, ninguno de esos nuevos usos consiguió evitar la destrucción del patrimonio que albergaban en sus interiores. “La revolución roja en Menorca tuvo un carácter especialmente iconoclasta. Ni una imagen quedó indemne en las numerosas iglesias, capillas y oratorios de la isla”, asegura uno de los informes incluidos en la Causa General. “Fueron ataques conscientes y premeditados. Dentro de la izquierda había un anticlericalismo muy radical y su intención fue acabar con el culto católico”, afirma Casasnovas. 

Entre los peritajes y la profanación

Fue también en Menorca donde la Guerra Civil hizo desaparecer las piezas de mayor valor artístico, hasta el punto de que los investigadores contrataron a peritos para cuantificar las pérdidas sufridas. En la Catedral, donde, entre otras obras, se destruyeron tres altares del siglo XV y otros doce fechados entre el XIV y el XVIII, los expertos cuantificaron los daños en más de 2 millones de pesetas.

Las pérdidas en la parroquia de Sant Francesc, donde arrasaron con la sillería del coro del siglo XVIII, 41 imágenes sagradas, el órgano y siete altares de estilo barroco, entre otros bienes, se valoraron en 1,61 millones de pesetas. En Sant Lluís, sólo la destrucción de un cuadro del pintor francés Eustache Le Sueur –datado en el siglo XVII y que representaba al rey de Francia- se tarifó en medio millón de pesetas. Más alto fue el peritaje que se hizo del desaparecido convento de Santa Clara, que se cuantificó en 10 millones de pesetas, además de otro medio millón por su iglesia. 

Otro de los aspectos más desconocidos de los estragos que la Guerra Civil hizo en el patrimonio religioso de las Islas fue el de la profanación de sepulturas. El propio alcalde de Eivissa, Antonio Torres, detalló en su denuncia que se había profanado el enterramiento de sacerdotes de la Cofradía de Santa María. En Menorca la situación se repitió tanto en la parroquia de Sant Francesc –donde “violaron las sepulturas de la cripta” situada bajo el altar mayor y profanaron los esqueletos que encontraron- como en la propia Catedral. 

Pese a toda la documentación que se conserva sobre estos episodios, Casasnovas reconoce que no ha existido un análisis exhaustivo de esta importante pérdida patrimonial ni en Menorca ni a nivel de toda Balears. “Más allá de algunos casos concretos no ha habido un estudio sistemático y creo que sería necesario porque también es parte de la memoria histórica”, subraya. 

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