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Vidas precarias

Una residencia de mayores en el centro de Madrid celebrando el carnaval | ÁNGEL ALDA

Ángel Alda

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Jueves 26 de marzo. Nunca hemos hecho mucho caso a psicólogos en España, a los que ahora les ha dado por autonombrarse coaches. Es una profesión muy poco española. Aquí todos sabemos qué hacer con nuestros sentimientos. Los hombres esconderlos y las mujeres montar seminarios. En estas circunstancias ser psicólogo en nuestro país te aboca a trabajar en departamentos de personal para hacer test de personalidad o socorrer a víctimas y familias en escenarios de catástrofe.

Nadie sabe como se está viviendo esta crisis en las familias. Me imagino que en el futuro encuestas y trabajos de investigación cualitativa nos darán una cantidad de información que permita avanzar mucho a la ciencia del comportamiento humano. Sí podemos avanzar algunas cosas. Los niños están felices con su mamá y su papá. Nunca se han visto en otra. Comprobarán que con ellos juegan hasta mejor que con sus amigos y obtendrán respuestas a muchas dudas. Donde esté una madre que se quite el mundo. Los bebés en particular serán los más beneficiados. Todo el día en brazos de sus progenitores. Estoy seguro que con el lógico cansancio los padres y madres también agradecerán el momento. Aunque claro, todo esto dependerá de la calidad de vida en sus hogares, del espacio, de la luz, de los recursos. Las variables pueden ser tremendas. Desde familias que disponen de jardines y patios, hasta habitaciones compartidas por grupos numerosos, pasando por todo tipo de pisos y apartamentos.

Todo esto es una hipótesis. Puede ser al revés. Cabreo, insatisfacción, divorcios a la vista. Y lo peor de todo; el maltrato, drama maligno de nuestro tiempo.

Pero no todos viven en familias felices o infelices a la manera tolstoiana. Otros muchos están solos. Ancianos enfermos. Jóvenes cercados por el cierre territorial. Extranjeros de paso. Españoles en el extranjero. Inmigrantes sin red social ni familiar en nuestro país. Estoy pensando en esos pobres mochileros en la India. Las escenas que vimos ayer en las teles son muy impactantes. Vaya por ellos nuestro mejor pensamiento.

Y por último, la tristeza de la tristeza. Las personas internadas en instituciones. Residencias de mayores, presos, centros de acogida. No vamos a tener lágrimas suficientes para llorar por nuestros padres y abuelos. Por unas generaciones de españoles que hoy ofrecen sus vidas sin testigos ni consuelo.

Perdonen este cierre. Pero la sociedad debe saber enterrar a sus muertos. Y aquí hay muchos que lo único que quieren y saben es enterrar a los políticos. El debate de esta noche en el Congreso y madrugada ha sido el espectáculo más triste de la historia de nuestra democracia. Menos mal que la gran mayoría nos lo hemos perdido. Una prueba de inteligencia social que permite albergar grandes esperanzas en nuestro futuro.

Hasta mañana

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