Un paseo por el Madrid de Lola Flores: flamenco en el Calderón, los huevos de Casa Lucio y sus últimos días en El Lerele

Lola Flores en 1964 durante el rodaje del documental 'Sinfonía Española', del productor Samuel Bronston

Nerea Díaz Ochando

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Cantante, bailaora, presentadora, actriz... El legado cultural de Lola Flores es inmenso, se atrevió con todo. Desde muy pequeña cultivó su pasión por el flamenco y el mundo calé, un sentimiento muy marcado por sus raíces maternas de origen gitano. Llenó teatros y se hizo hueco en los corazones de muchos españoles protagonizando grandes momentos de la cultura popular como la boda de su hija Lolita o la búsqueda del pendiente de oro perdido en el Florida Park, que perdurarán por siempre en la historia de la televisión española.

Nació en Jerez de la Frontera en 1923 y se crió entre su ciudad natal y Sevilla. A principios de la década de los 40, cuando solo tenía 17 años, se marchó con toda su familia a Madrid en busca del éxito, ciudad que tiempo después escogió para vivir y fundar su familia junto a Antonio González, “El Pescailla”.

Recorrió escenarios de todo el mundo, pero su predilección por el Teatro Calderón de Madrid era incomparable. Allí estrenó sus más grandes espectáculos, aunque no fue el único que pisó en la capital. El Teatro Fontalba, el Teatro de la Zarzuela y el Teatro La Latina también fueron piezas angulares de su carrera artística. Llevó su característico zapateo por cada rincón de la ciudad e incluso se atrevió a abrir su propio tablao flamenco cerca de la plaza de España.

Fue un icono y, como todo icono, merece ser recordada. En Madrid, la ciudad que habitó durante gran parte de su vida, quedan muchas huellas de su paso: la casa en la que vivió, los bares que frecuentaba, la iglesia en la que se casó o el lugar donde descansará para el resto de sus días, el cementerio de La Almudena.

Han pasado 29 años desde su partida, sin embargo, su esencia sigue presente en los lugares que significaron algo en su vida. Hoy, en Hoy Se Sale, recorremos el Madrid de Lola.

Los lugares que habitó

Este paseo comienza en su casa, ubicada en el número 1 de la calle de María de Molina, en pleno barrio de Salamanca. Para llegar hasta allí es necesario tomar la línea 7 o la línea 10 de Metro hasta la parada de Gregorio Marañón. A pocos metros de la estación se encuentra su primera vivienda en Madrid, en la que se instaló con su familia al llegar a la capital a principios de los 40. En este mismo edificio vivieron grandes artistas como Marisol o Isabel Garcés.

La casa era un constante desfile de personas, desde artistas del mundo del flamenco hasta estrellas de Hollywood como Audrey Hepburn o Yul Brynner. Lola Flores se convertía en la anfitriona perfecta y cada vez que tenía ocasión montaba las mejores fiestas, siendo las más sonadas las que organizaba por Nochevieja.

En esta casa nacieron sus tres hijos, Antonio, Lolita y Rosario, y fue su hogar hasta tuvo que venderse a la fuerza para poder saldar sus deudas con Hacienda. En marzo de 1987, la Fiscalía presentó una querella contra la artista y su marido por no haber declarado sus ingresos entre los años 1982 y 1985. Debían 145 millones de pesetas de aquel entonces, lo que ahora mismo serían alrededor de 870.000 euros. Fue entonces cuando la familia Flores se mudó a La Moraleja, donde adquirieron la famosa finca de El Lerele, a la que bautizó de esta manera en honor a su canción homónima que le dio el título de “La Faraona”.

Allí, en este chalet que se situaba en el Camino de Hoyarrasa en Alcobendas, vivió durante sus últimos años e hizo frente a la etapa más dura de su vida: en pleno escándalo fiscal tuvo que luchar contra un cáncer de mama. Fue condenada a varios meses de cárcel por su deuda con Hacienda, aunque nunca llegó a cumplir condena. Pero no todo fue malo, también vivieron momentos muy felices en familia. Construyeron una casa de madera para Antonio, en la que escribió algunos de los temas que le han hecho inmortal como Siete Vidas o Alba, la canción que dedicó a su hija.

Hace ya seis años que El Lerele no existe, o al menos tal y como era. La hija pequeña de Lola Flores, Rosario, la vendió en 2018 por casi dos millones de euros.

Noches interminables en el teatro

La vida de La Faraona estaba sobre las tablas. Desde muy pequeña descubrió que lo suyo era el arte, daba igual en qué forma. Tocó todos los palos: canto, baile y hasta actuación. Su familia, que supo reconocer rápidamente el don que tenía, se trasladó desde Jerez de la Frontera hasta Madrid para que pudiera triunfar.

El primer sitio en el que le dieron la oportunidad de darse a conocer fue el Teatro Fontalba, en las inmediaciones de Gran Vía, donde continua este recorrido. Allí debutó como telonera de Canciones y bailes españoles, un espectáculo encabezado por Mari Paz con música del maestro Quintero y los poetas León y Quiroga. Allí, el 6 de junio de 1942, en una gala en beneficio de la Asociación de la Prensa, cantó por primera vez El lerele ante el público, que le pidió que la repitiera hasta tres veces. Fue un éxito tan grande que al poco tiempo grabó su primer disco.

Desde aquella actuación la carrera artística de Lola Flores experimentó un auténtico despegue. Un par de años después, en febrero de 1944, presentó con Manolo Caracol en el Teatro de la Zarzuela Zambra, un espectáculo que se convirtió en un acontecimiento teatral y musical de gran renombre durante varios años y que resultó decisivo para su consagración como artista. Zambra aunaba copla y flamenco con una música y unas letras compuestas por Quintero, León y Quiroga. El número culminante era La niña de Fuego, que también puede verse en Embrujo, la película de Carlos Serrano de Osma que estrenaron juntos en 1947.

Cerca de allí, en el Teatro La Latina, Lola dio su última actuación de Zambra. Dos años más tarde, después de casi una década trabajando codo con codo junto a Manolo Caracol, rompieron su relación artística. Acababan de participar en la película Jack el Negro, que fue la primera coproducción que se llevó a cabo en España, dirigida por Julien Duvivier y José Antonio Nieves Conde.

En aquel momento se abrió paso una nueva etapa para Lola en la que se compusieron sus canciones más famosas. Todo fue obra de Manuel López-Quiroga, que residía en el número 13 de la calle Alcalá. El maestro fue el creador de temas como Ay pena, penita, pena y La Zarzamora, uno de los himnos más emblemáticos de la artista, que pudo cantar años más tarde en el Teatro Calderón, su templo en la capital.

Lola Flores tenía especial predilección por este teatro, donde vivió sus noches más emocionantes. Allí estrenó hasta ocho espectáculos, siendo el último Candelas, en 1977. Era tal su vínculo con este lugar que entre sus últimos deseos se encontraba que su velatorio se llevase a cabo allí, sobre el escenario que fue su casa durante años, pero no pudo ser. Sin embargo, sí que tuvo la oportunidad de despedirse de su querido Teatro Calderón en la gala de Radiolé que se celebró allí en 1992, tres años antes de su muerte. El público se puso en pie para aplaudirle y Lola abandonó más emocionada que nunca el escenario.

La vida más allá de los escenarios

Para una artista del calibre de Lola era muy difícil separar su vida sobre las tablas de lo personal, pero su familia lo era todo para ella. Su gran amor fue Antonio González, más conocido como El Pescailla. Los inicios de su relación estuvieron marcados por la polémica, ya que él tenía una hija de una relación pasada con Dolores Amaya Moreno. Por esta razón, el 27 de octubre de 1957, contrajeron matrimonio en secreto. Se dieron el “sí quiero” en El Escorial, con Paquita Rico y Cesáreo González como padrinos del enlace. De este matrimonio nacieron Lolita, que ya estaba de camino cuando pasaron por el altar, Antonio y Rosario.

La pareja de artistas compartió mucho más que una familia, juntos consiguieron grandes éxitos en el plano profesional e interpretaron canciones que hoy son himnos como Tú lo que quieres es que me coma el tigre, parte de la banda sonora de la película de 1969 El taxi de los conflictos. También compartieron negocio. Juntos abrieron Caripén, un tablao flamenco en el que se dieron a conocer artistas como Las Grecas o los Gipsy Kings. Más que un negocio era un lugar de encuentro para los artistas y sus amigos de la farándula como Camarón o Curro Romero, habituales de Caripén en los 70. El local, que se ubicaba en el número 4 de la plaza de la Marina Española, cerca de Plaza de España, es hoy un bistró francés famoso por sus mejillones de roca y por abrir hasta altas horas de la madrugada.

Este paseo por los lugares más íntimos de la vida de Lola Flores continúa en la Iglesia de la Concepción, en la calle Goya. Allí bautizó a su hija Rosario, un evento que atrajo todos los focos de la prensa, algo que ya era costumbre en cada paso que la artista daba. Aquel día, la fiesta continuó en La Pérgola, uno de los restaurantes de moda de los años setenta en Madrid. Se encontraba a las afueras de la capital, en un tramo de la carretera de A Coruña conocida como la Cuesta de las Perdices, en el distrito de Moncloa-Aravaca. Más de 300 invitados acudieron al evento en el restaurante, famoso por sus paellas.

Si hablamos de restaurantes, el más frecuentado por la familia Flores en Madrid no era otro que Casa Lucio, ubicado en la Cava Baja. Lola, sus hijos y su marido, iban cada semana a comer sus míticos huevos rotos, toda una tradición familiar. Con Lucio Blázquez, el dueño del restaurante, no solo compartieron comidas y huevos, alguna vez que otra se subió a bailar al tablao con ellos, ya que era considerado un amigo para los Flores.

Iglesias, restaurantes, tablaos flamencos... La artista visitó muchos lugares de la capital durante las cinco décadas que la habitó, pero si hay un sitio en el que siempre se recordará el paso de La Faraona es el Florida Park, el mítico cabaret cercano al parque de El Retiro que sirvió de plató televisivo de programas como Esta noche...fiesta. En 1977, durante una grabación en vivo del programa, Lola perdió un pendiente en medio de la actuación. Paró de cantar y con la espontaneidad que le caracterizaba protagonizó una de las escenas más famosas de la historia de la televisión española.

Su vida estuvo llena de momentos icónicos como este, pero también hubo espacio para la desdicha. Vivió su capítulo más oscuro cuando el Tribunal Supremo la condenó a 16 meses de prisión menor y a 28 millones de pesetas de multa por defraudar a Hacienda. Para evitar la cárcel, la artista pagó la multa empeñando joyas y vendiendo propiedades como su casa en la calle María de Molina.

En plena desesperación, la artista pidió colaboración ciudadana: “Yo muchas veces pienso si una peseta diera cada español, pero no a mí, a donde tienen que darla, quizás saldría de la deuda”. Una vez más, dejó una frase mítica para la prosperidad que a día de hoy se sigue recordando.

Sus últimos días

El recorrido por el Madrid de Lola Flores termina en los lugares en los que recibió último adiós: el Fernán Gómez y el Cementerio de La Almudena. El 16 de mayo de 1995, la artista fallecía a los 72 años de un cáncer de mama. Su muerte ocupó telediarios, periódicos, revistas y programas de radio, al igual que cada paso que dio a lo largo de su vida. La capilla ardiente se abrió en el Teatro Fernán Gómez, ya que no se pudo cumplir con su deseo de celebrar un velatorio en su querido Teatro Calderón. Más 150.000 personas hicieron cola mañana, tarde y noche para despedirse de La Faraona.

Su funeral y entierro, igual de multitudinarios que su capilla ardiente, fueron retransmitidos en directo por televisión. Ahora, el cuerpo de Lola Flores descansa en el Cementerio de La Almudena junto a su hijo Antonio, que falleció tan solo dos semanas después, y junto a su marido. Su mausoleo es uno de los más famosos del camposanto, protagonista en la actualidad de visitas guiadas y peregrinaciones en homenaje a una artista que siempre será eterna.

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