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Se veía venir

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el hemiciclo.

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Hoy por hoy, es tan posible que Pedro Sánchez dimita como que decida mantenerse en el poder. En los próximos tres días se pueden producir acontecimientos que hagan oscilar la balanza hacia un lado o hacia el otro: una movilización importante a favor del presidente del Gobierno podría ser uno de ellos; la petición de la fiscalía de Madrid de que el juez retire la querella interpuesta contra su esposa también podría influir. Y no se puede descartar que personajes poderosos, también del mundo de la economía, hagan llegar a Sánchez su interés en que siga. Pero también los motivos que Sánchez aduce en su carta son muy sólidos. Quién sabe si decisivos.

En la denuncia presentada por Manos Limpias se condensan algunos de los elementos que forman parte de la muy articulada campaña de acoso y derribo que la derecha y la ultraderecha vienen librando contra Pedro Sánchez y la izquierda desde que Mariano Rajoy fue alejado del poder mediante la moción de censura de mayo de 2018. No fue aquella una iniciativa casual, sino el colofón de un largo proceso de evidencias de gravísimos casos de corrupción que sumieron al PP en una crisis política de la que aún no ha salido plenamente.

Pero la dirección del PP, en lugar de propiciar una autocrítica sobre sus amplísimas prácticas de corrupción, que ahondaba sus raíces en la época de los mandatos de José María Aznar, se lanzó desde el primer día de su nueva etapa de oposición a una feroz tarea de descalificación del nuevo Gobierno socialista al que, para empezar, consideró “ilegítimo” y digno de todos los desprecios. Durante tres largos años no hizo sino repetir esos epítetos, al tiempo que el PP puso todos los palos en las ruedas que pudo a la tarea del Gobierno de luchar contra la pandemia de covid y la gravísima crisis económica que ésta provocó.

Pablo Casado, sucesor de Rajoy, cayó porque se atrevió a contestar el creciente poder que había adquirido en el partido Isabel Díaz Ayuso. Su sustituto, Alberto Núñez Feijóo, llegó a la presidencia del partido con una cierta imagen de moderación que la poderosa estructura mediática de la derecha había construido para él. Bien pronto se vio que esa imagen era falsa. Feijóo, cuyo principal objetivo político era frenar el crecimiento de la ultraderecha, de Vox, redobló para ello los ataques indiscriminados contra la izquierda y en particular contra Sánchez, al que describió como un personaje abyecto y reo del peor delito que según el PP se podía cometer en España: el de pactar con los partidos nacionalistas e independentistas para conseguir el Gobierno. Y de un crimen aun peor: la concesión de la amnistía a los condenados por el procés catalán.

El PP, coincidiendo con Vox en esa batalla, a pesar de ser rivales, utilizó todos los instrumentos a su disposición. Incluido el recurso muy frecuente a las denuncias en los juzgados por innumerables causas, aceptadas por jueces complacientes y prácticamente en ningún caso vetadas por el Consejo General del Poder Judicial, que, gracias al incumplimiento del mandato de la Constitución, seguía en manos del PP hasta cinco años después de haber concluido su mandato.

En la querella contra la esposa de Pedro Sánchez se ha repetido este esquema. Esta vez, la denuncia la ha puesto Manos Limpias, una organización que vive de poner denuncias y retirarlas a cambio de dinero y cuyo presidente fue condenado a ocho años por ello y posteriormente absuelto por la sala del Tribunal Supremo donde manda Manuel Marchena, al que algunos consideran jefe de la facción judicial próxima al PP. Un juez madrileño no ha tenido reparo en admitirla, a pesar de ser un bodrio.

La feroz campaña del PP contra Pedro Sánchez no consiguió echarle del poder en julio de 2023. Pero en vez de aceptar el fracaso, y reconocer lo graves errores estratégicos cometidos en aquella campaña, el PP redobló sus ataques. Y ha seguido haciéndolo este jueves mismo cuando ha tratado de ridiculizar, por cierto, con pésimo estilo dialéctico y sin fuerza argumental alguna, la carta de Pedro Sánchez.

Ésta es un documento bastante rotundo. En él se expresa que la citada y larga campaña del PP y de Vox han hecho mella en la resistencia anímica del presidente y que la querella contra su esposa le ha afectado particularmente. Hasta el punto de dudar de si le merece la pena continuar en su empeño político.

Ese es el mensaje que tiene acongojados a muchos españoles. Y, malas voluntades aparte, no parece una finta táctica, un truco para mejorar sus posiciones políticas y sus posibilidades electorales. Entre otras cosas, o sobre todo, porque la presión de la derecha y de la ultraderecha y de sus instrumentos mediáticos no solo va a continuar sino que seguramente va a intensificarse si Sánchez decide no dimitir.

Frente a la tentación de dejarlo para que él y los suyos dejen de sufrir, está seguir porque hay demasiado en juego. Porque millones de españoles siguen confiando en Sánchez y el futuro inmediato de decenas de miles de cuadros políticos de la izquierda, socialista o no, dependen de que continúe. Porque el PSC va a ganar las elecciones catalanas y porque no está ni mucho menos descartado que, si no hay crisis del PSOE, la izquierda pueda volver a gobernar tras las próximas elecciones generales.

Pero si Sánchez se inclina por esta posibilidad, la de continuar, tendrá que cambiar un aspecto fundamental de su política. Es decir, tendrá que pasar al contrataque contra la derecha. En todos los terrenos. Y establecer, con toda la rapidez posible, las bases operativas para acabar con los poderosos bastiones que la derecha tiene en el mundo de la judicatura. Reformando lo que haya que reformar. Sin tapujos.

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